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La cabina mágica

La cabina mágica, de Norton Juster (1929-), es uno de los libros más sobresalientes y duraderos dentro de la fantasía infantil pues pocas veces se ha presentado tan bien, de forma tan estimulante y cordial, el camino del aprendizaje.

Milo, un chico de diez años que se aburre, recibe un misterioso coche de juguete y una especie de cabina de peaje que lo conducen a un viaje sorprendente en el que debe cumplir una misión inesperada. Milo pasa por lugares como Las Expectativas, La Murria, Diccionópolis, el Bosque de los Puntos de Vista, las ciudades de Ilusiones y Realidad, el Valle del Sonido, la isla de las Conclusiones, Digitópolis, las montañas de Ignorancia, el Castillo en el Aire… Cumple su misión ayudado por compañeros como Toc, un cronocán o perro cuyo cuerpo es un reloj-despertador, y el Embaucador, un insecto tipo escarabajo. Y después de superar enemigos de toda clase, Milo sabe que es mejor equivocarse con razón que acertar sin ella, que los Castillos en el aire no dejan de ser cárceles por muy bonitos que sean, que con frecuencia lo que puedes hacer es sencillamente lo que quieres hacer, y, sobre todo, que hay cosas que son posibles si no sabes que son imposibles…

El autor, arquitecto de profesión, multiplica los juegos de palabras y las situaciones hilarantes para comunicar significado y diversión a cada personaje y a cada escena. Es difícil encontrar un libro con tanta cantidad de seres alucinantes (pero que podemos reconocer a veces tan cerca de nosotros) como, por ejemplo, el Dodecaedro, capaz de resolver incluso lo absurdo: «Mientras la respuesta sea correcta, ¿a quién le importa si la pregunta es errónea? Si quieres que las cosas cobren sentido, tendrás que añadírselo tú mismo». Por otra parte, la traducción castellana es cuidadosa y las expresivas ilustraciones de un maestro como Jules Feiffer (1929-) cumplen bien su función.

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