La portada de Los problemas de Pingüino, de Lane Smith y Jory John, atrae porque no tiene título, que va en la contraportada, y en ella sólo vemos caras de pingüinos mirando de frente menos uno que mira de lado a su compañero; también porque el mismo Pingüino intenta desanimarnos al principio para que no leamos el libro. Empieza la historia con el protagonista despertándose y diciendo «¡Aaah! ¡Qué temprano es! / Tengo el pico helado»; a continuación vemos sus actividades de un día completo; al final exclama: «Tengo el pico helado. Qué temprano anochece». Son graciosas sus andanzas, sus quejas y sus dudas existenciales: «Parezco tonto cuando voy andando», tiene deseos de volar, una morsa con la que charla intenta que vea la belleza de la vida… Cada una de las ilustraciones es un pequeño episodio y, poco a poco, van añadiéndose colores: la luz del cielo, el azul de la superficie y el negro del fondo del mar… Álbum amable de los que puede hacer que un lector pequeño, o no tan pequeño, reflexione sobre los motivos por los que es gruñón y quejica, y piense también un poco por qué no se siente alegre y agradecido cuando debería estarlo.
Los problemas de Pingüino
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